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Santiago Rojas

Plantarse una ceiba muerta y regarla hasta que florezca

Aurora Charry, o Aurora de Rojas, o Marly Aurora, o Aurora de dedos de rosa, o, como a mis primos y a mí nos gusta llamarla, abuelita, es del pueblo de Gigante, Huila. No nació allá, pero es de allá porque allá se hizo quien es. Fabio Rojas, mi abuelito orejón y precioso, tampoco nació en Gigante, nació en Aipe, pero también es de Gigante. Igual mis tíos, igual mi padre, igual yo. Quizá igual algunos de ustedes, que me leen.


Gigante, a la fecha que escribo esto, está habitado por unas treinta y seis mil almas gigantescas. Es un municipio tranquilo y verde por el que corren ríos y quebradas, y donde hay un cerro, el Matambo, que es un hombre acostado. Sólo he ido a Gigante una vez y mi nublada memoria se empeña en ocultarme los detalles de esa visita. Menos mal, gracias a los cielos, al vago azar o las precisas leyes que rigen este sueño, el universo[1], en esa visita pude ver y respirar, con estas narices y estos ojos, los míos, un árbol. Eso sí lo recuerdo y no lo olvido.


¿Qué sabes tú de libertad?[2]


El escudo de Gigante, Huila, tiene en su centro un árbol rodeado por unas cadenas rotas. Al igual que el escudo, el pueblo, tiene, o tenía, un árbol en su centro, el cual fue sembrado el 5 de octubre de 1851 por orden del presidente José Hilario López y en celebración de la abolición de la esclavitud en Colombia. La ceiba de la libertad, así le llamaba la gente giganteña, divino árbol de casi 170 años, era el corazón de Gigante: sostenía al pueblo desde su plaza y le daba amparo a sus almas habitantes y visitantes: su follaje producía una sombra de unos seis mil metros cuadrados que servía de resguardo ante el implacable sol huilense. El mecanismo secreto de la historia produjo que también un 5 de octubre, pero de 2016, ciento sesenta y cinco años después de que se erigiera la ceiba, hubiera una multitudinaria marcha de velas y silencio en Bogotá en nombre del Sí a la paz y la libertad, y como reacción a la victoria del No en el famoso plebiscito. Hay quienes dicen que sin esa marcha el acuerdo y la entrega de las armas no hubiera sido posible. Otras almas furtivas rumoran que sin el sembrado de la ceiba aquello sería apenas un lejano sueño. Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas[3]. Y quizá el 5 de octubre de 1851 y el 5 de octubre de 2016 son diversas entonaciones de la misma metáfora oculta y divina que une a los hombres y las mujeres en un vuelo de libertad.


El 21 de mayo de 2021, en horas de la madrugada, la ceiba de la libertad de Gigante se desplomó en pedazos.


[4]


“Nos duele Gigante. Esta es la ceiba que siempre llevaremos en el alma”, escribió mi abuelo Fabio en el chat familiar y mandó unas fotos de antaño de la ceiba:




¿Qué sabes tú de humanidad?[5]


Tómense un momento para observarlas. Miren cómo no hay rejas ni muros, cómo dos siluetas de almas se paran bajo el abrazo de su virtud, cómo la ceiba está ahí para acompañarnos a todos. ¿Es una niña la silueta blanca que está en la parte inferior central de la foto? ¿Es Aurora de niña? ¿O más bien es un objeto útil y yo me imagino a una infanta? El hombre de la derecha, ¿no es ese acaso mi bisabuelo de nombre sublime, Constantino, a quien sólo conocí mientras, calladito y haciendo caso (acábate la comida Santiaguito o no te paras de la mesa), escuchaba cómo mis abuelos lo recordaban con sus palabras? Y los otros que caminan por ahí ¿son los olvidados? No lo sé. Pero me llena de alegría la ausencia de muros en el lugar. Ir y recostarme bajo el manto de esa ceiba, un atardecer opita, una guitarra ajena y la voz de Julio Jaramillo. Uno quisiera ahogarse de placer, pero no hay placer no compartido, y así, sale por el campo llamando a los de su pueblo, a sus amigos nobles y a todos los niños que pasan. Al hacerlo, llora de alegría. (La antigua raza era lacrimosa y solemne.) De manera que la flor es causa de lágrimas y de regocijos[6].


Hoy, ya fuera del sueño de meterme en esa foto, enciendo la radio y los hombres pretenden hablar de humanidad. Pero mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria[7]. Agarro el control remoto, espicho el botón que prende la tele y los hombres no paran de predicar sobre la patria. Pero mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oración evidente del ceibal en los atardeceres[8].


Y es que la ceiba de la libertad agonizó por mucho tiempo. Cuentan que un alcalde del pueblo ordenó mutilar sus raíces, los dedos de sus pies, para construir un muro en 1978. Ahí comenzó su deterioro y, pese a los tratamientos, los hongos comenzaron a pudrirle las raíces y a carcomer, desde dentro, su tronco vertebral. Se encorvó la ceiba y se nos mostró vulnerable: nos hizo saber lo que le hicimos.


Cuando un árbol está creciendo, es tierno y dócil. Pero cuando está seco y rígido, muere. La rigidez y la fuerza son compañeras de la muerte. La docilidad y la vulnerabilidad son expresiones de la frescura del ser. Porque lo que se ha endurecido nunca ganará[9].


La ceiba de la libertad de Gigante, tierna sempiterna, ni muerta se endureció.



¿Qué sabes tú del corazón?[10]


Por estos días oscuros es difícil ver más allá de los muros: el muro del encierro, el de la muerte de los seres queridos, el del horror en las calles, el cristal de la ventana que hace que lo de afuera se torne irreal, el de ceguera que construimos en nuestras mentes y que no nos deja ver y abrazar al otro. Fue precisamente por un muro que le cortaron las raíces a nuestra ceiba de la libertad; es por un muro que la libertad se desangra en los callejones del mundo, en los rincones de los que emana la vida, en nuestros corazones cada vez más solos y ajenos.


Tal vez si la niña de esa foto, si Fabio, Constantino y los olvidados aparecieran de repente en la funesta madrugada del desplome de la ceiba, bañarían ese terreno con sus lágrimas y plantarían la ceiba muerta en sus propios corazones; la regarían religiosamente hasta que vuelva a crecer desde las grietas del ser, hasta que vuelva a ser gigante, hasta que con un soplo de libertad, sólo un poco de viento[11], se derriben los muros de la ignominia, se oxiden y pulvericen los barrotes de la soledad, se ablanden los corazones endurecidos y florezca la ceiba de la libertad de mi pueblo, que sigue siendo mi pueblo, nuestro pueblo, aunque ya no tenga a su ceiba en su centro, Gigante.


Este texto se termina ya con las palabras de la mujer que me enseñó que los fantasmas sólo viven en nuestras mentes y que antes de aprender el número uno, hay que aprender el número dos (no te olvides, Santiaguito, y no te laves muy duro la cara, que se te caen las pecas), mi abuelita, porque ella siempre ha sabido mejor:


21 de mayo de 2021

¡La ceiba centenaria de Gigante (Huila) se partió en dos!

¿Qué fue lo que pasó?

¿Dónde quedó su belleza e imponencia?

¿Se cansó de vivir?

¿O es que, al ser testigo del caos y la injusticia, dijo: ¡No más!?

La ceiba me responde:

Me voy porque me duelen las raíces de sentimientos y valores que un día fueron y ahora ya no son. Me voy del pueblo agradecida porque todos me quisieron y cuidaron. Anidaron mi belleza y fui su orgullo. Mas… como nadie es eterno en este mundo, llegó el tiempo también de mi partida. Recuerden que la vida es muy corta. Disfrútenla y quiéranse mucho, tanto como yo a ustedes también los he querido. Gracias a todos y sepan que nunca los olvido.


Referencias

[1] Borges, Jorge Luis. “In memoriam A.R.”. El hacedor. 1960. [2] 1280 almas. “La 22”. La 22. 1996.

[3] Borges, Jorge Luis. “La esfera de Pascal”. Otras inquisiciones 1952.

[4] Imagen recuperada de: Alerta Tolima. Ceiba de 200 años se cayó en Gigante, Huila. 21 de mayo de 2021.

[5] 1280 almas. “La 22”. La 22. 1996. [6] Reyes, Alfonso. Visión de Anáhuac (1519). 1915. [7] Borges, Jorge Luis. “Jactancia de quietud”. Luna de enfrente. 1925. [8] Ibíd. [9] Tarkovski, Andréi. Stalker. 1979. [10] 1280 almas. “La 22”. La 22. 1996. [11] Arturo, Aurelio. Morada al sur. 1963.


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