Hemos olvidado la primera sensación tras llegar al mundo: humedad. Hemos dejado de fluir con nuestro entorno y los seres que lo habitan.
Vivimos en ciudades de cristal propensas a fracturas, confinándonos en cada fragmento como si no fuésemos más que eso: un sujeto, un individuo. No nos damos cuenta de que tenemos la capacidad de fluir y fusionarnos con el paisaje porque, en realidad, no hay paisaje. Tampoco hay naturaleza. Se trata, por el contrario, de un todo al que pertenecemos desde nuestro nacimiento.
Pensar ecológicamente se trata de fluir con la totalidad y reconocernos como parte de ella. Se trata de asumirnos como la mujer en el grabado, cuyos cabellos y facciones se funden con el estanque porque ella es, a la vez, cuerpo y agua. Se trata de pensar en términos de igualdad en lugar de superioridad. Se trata de pensarnos infinitos. Inabarcables porque lo abarcamos todo.
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