“Karaví produjo de la nada una gota de agua, la cubrió con una totuma nueva y al día siguiente, al descubrirla, se halló convertida en un indio catío. Produjo otra gota de agua, y tapada también con la misma totuma, salió de la gota una mujer, compañera del primer hombre. Karaví enseñó a la primera pareja a producir gotas identícas a las anteriores para que pudieran, ellos también, hacer otros catíos.
…Siguiendo las indicaciones de Karaví, hicieron otra pareja de seres humanos, pero la primera mujer, sintiendo que sus dedos le habían quedado humedecidos con la materia prima de la primera gota, los sacudió y esparció el agua en forma de llovizna y de las menudísimas gotas que cayeron se formaron muchas personas más, como cincuenta, y resultaron ser indígenas cunas. Si hubiera cubierto las gotas con totumitas nuevas, habrían surgido catíos” (Versión de Víctor Zuluaga).
Según el Ministerio de Cultura, en Colombia el pueblo Embera está conformado por 42.000 individuos distribuidos en 7.500 familias aproximadamente y, entre ellos, se clasifican según sus condiciones de vida y de acuerdo a los territorios que ocupan: (I) los dóbidas u “hombres de las riberas de los ríos y quebradas”, (II) los pusábidas u “hombres de las costas marítimas”, (III) los oíbidas u “hombres de las selvas”, (IV) los eyábidas u “hombres de las áreas campesinas” y (V) los chamíes u “hombres de la cordillera”. Así, desde su clasificación los indígenas exaltan la estrecha relación que tienen con el medio en el que viven. No obstante, este primer rasgo clasificatorio es tan sólo uno de los muchos –y probablemente uno de los más sencillos– que enuncian la interconexión de los embera con la naturaleza y la importancia que esta relación tiene en su cosmología.
Si se estudia y presta atención a la articulación de su lengua, por ejemplo, se hace evidente que en sus estructuras lingüísticas se teje de manera especial la estrecha relación entre los tres órdenes primarios de la existencia: el cuerpo, la naturaleza y el cosmos. De este modo, desde su lengua, el marco de su mundo, no sólo se manifiestan y señalan los vínculos entre el ser humano y la naturaleza, sino que también se regulan las relaciones entre todos los seres vivientes y el medio ambiente desde una perspectiva en la que priman los sentidos de la unidad y la convivencia.
Un claro ejemplo de la conexión intrínseca entre los seres humanos y la naturaleza que se expresa desde la articulación de la lengua embera es el paralelo conceptual entre los ríos y el tracto alimentario. Si bien no todos los patrones de asentamiento de la etnia están marcados por las riberas de los ríos, para todos los individuos las fuentes hídricas hacen parte de su eje vital. Esto porque, según su cosmología, son las cabeceras y las desembocaduras de los ríos las que actúan como portales entre los distintos niveles que conforman el mundo (Pardo) y, de igual forma, es en las quebradas y en los afluentes de los ríos donde los jaibanás (sabios y guardianes) resguardan sus poderes. Así, la conexión con esos (otros) cuerpos naturales es tan importante que, tal como señala Daniel Aguirre, desde la lengua embera se puede hacer un parangón entre el camino que toma el río y los diferentes puntos del tracto alimentario de los hombres. Con esto, aquello que se reproduce es la idea que dentro del cuerpo humano se repite el camino del río como si el cosmos se encontrara “dentro del cuerpo humano mismo, pero limitado por su propia ‘corteza’ o ‘piel’ /é/” (119).
Como se puede ver en la imagen, el nacimiento del río se asocia con el paladar, que es el nacimiento u origen del tracto, mientras que la desembocadura del río se asocia con el pecho, es decir, con el final del tracto alimentario y con la ‘tierra de abajo’ (mundo o nivel inferior de la cosmogonía Embera). De la misma forma, entre el nacimiento y la desembocadura existen también otras asociaciones río–cuerpo que se refieren tanto a las partes del tracto como a los aspectos del recorrido (la úvula /okpána/ o “puente del camino”, la tráquea /obwbwrrúa/ o “arruga del camino”, etc).
Asimismo, otros ejemplos se encuentran en algunos términos que pueden llegar articularse y denominar tanto partes del cuerpo humano como elementos de la naturaleza o del cosmos:
De este modo, como señala Aguirre, la lengua embera comprende una serie de conceptos antropomórficos básicos que entrelazan los tres niveles primarios de manera deductiva –como si la naturaleza y el cosmos fueran un cuerpo cada uno– e inductiva –como si el cuerpo fuera naturaleza y cosmos a escala individual–. A través de esto se puede notar cómo en el núcleo del conocimiento ancestral de los embera la naturaleza no sólo es entendida como madre y proveedora de todas las riquezas que se encuentran al servicio de los habitantes de la tierra, sino como un todo del que ellos hacen parte y que hace parte también de ellos.
Precisamente, este pensamiento de la interconexión de los embera –aunque hasta cierto punto conceptualizado en teorías científicas como la Hipótesis Gaia de Lovelock (1979)–, destaca sobre y a comparación de postulados occidentales justamente porque supera la división entre naturaleza y cultura que ha llevado a que, aún desde preocupaciones ecológicas, presumamos que la naturaleza es un ente independiente que actúa, más bien, como tapiz o telón de fondo de la vida y las interacciones humanas. Así, a pesar de que en su momento la hipótesis de Lovelock fue revolucionaria, pues fue una de las primeras teorías científicas en las que se abordó y desarrolló la idea del planeta como un organismo vivo y complejo en sí mismo, en últimas su postulado falló a la hora de, una vez más, señalar como agencias independientes al “hombre” y “lo natural”.
En últimas lo que evidencia la lengua Embera es una concepción de la relación ser humano-naturaleza completamente vinculada. Una concepción que se contrapone no sólo a las perspectivas modernas en las que la naturaleza se dispone únicamente bajo miras de explotación y sumisión, sino también a las que –aunque reconocen el delicado equilibrio del ambiente y el papel del ser humano en este orden– siguen fijando a la naturaleza como un ente supeditado al hombre. Un ente autónomo, lejano y misterioso que, a pesar de saberse fácilmente impactado por nuestro actuar, sigue siendo un “afuera”, un “otro” un “algo más allá”.
En la lengua embera los tres niveles primarios (cuerpo, naturaleza y cosmos) se confunden en sus conceptos precisamente porque presumen que estos comparten una misma esencia. Así, en su pensamiento el humano y la naturaleza son uno mismo, son partes de una intricada red de relaciones que se permiten –y ayudan– mutuamente a sobrevivir y mantener un equilibrio adecuado. Y, aunque por supuesto la división naturaleza / cultura que ha predominado en occidente es una visión muy difícil de superar, el pueblo Embera, al hacerlo desde su propia lengua, invita y ayuda a repensar la relación con nuestro entorno desde un sentido de respeto, reconocimiento y responsabilidad. Su lengua es ejemplo de cómo realmente sí es posible acceder a una nueva manera de relacionarnos con la naturaleza. Una manera en la que, primero, para estar a la altura que se requiere, debemos tratar de entendernos como parte de un tejido complejo y no como actores individuales.
Bibliografía
Aguirre, Daniel. Cosmos, naturaleza y cuerpo entre los Embera. Lenguas Aborígenes de Colombia (pp. 113-119). Universidad de Los Andes, CCELA, Colciencias. 1998.
Ministerio de Cultura de Colombia. Embera, lenguas nativas y denominaciones del pueblo https://www.mincultura.gov.co/areas/poblaciones/APP-de-lenguas-nativas/Documents/Embera.pdf
Pardo, Manuel. La escalera de cristal. Términos y conceptos cosmológicos de los indígenas Embera. Universidad nacional, Colciencias. 1984.
Zuluaga, Víctor. Mitos y leyendas de los Embera-chamí. Universidad Tecnológica de Pereira. 1997.http://repositorio.utp.edu.co/dspace/bitstream/handle/11059/4877/CDR9804613Z94M.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Imagen de portada:
Agencia Prensa Rural, Embera Katío, 2014. Recuperado de: https://www.flickr.com/photos/prensa-rural/14549100543/in/photostream/
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